La segunda revolución industrial se caracterizaba por la tecnología de la electrícidad como energía principal para mover las cadenas de producción. La tercera revolución industrial integró la tecnología del software para automatizar las operaciones realizadas en las líneas de ensamblaje. Pero ahora en 2017 se destaca la incorporación de sensores que interconectan las cadenas de producción con la finalidad de operar como 'fábricas inteligentes' con cerebros artificiales capaces de tomar decisiones descentralizadas.
Al visitar diferentes universidades públicas y privadas nos podremos percatar que aún permanecen estancadas en la segunda y tercera revolución industrial. Las oficinas administrativas operan con electricidad para encender los computadores que trabajan con softwares privativos. La información utilizada en esos softwares solo funciona en una unidad administrativa (Ej: registraduría, admisiones), por lo que no puede ser compartida en ninguna otra oficina de la institución. Es por eso que en pleno siglo 21 los estudiantes tienen que moverse de una oficina a otra para completar sus procesos de matrícula.
Lo mismo ocurre a nivel pedagógico. Las salas de clase están divididas en edificios departamentales, por donde los estudiantes tienen que pasar para completar sus currículos académicos. Las aulas se agrupan en filas, muy similar a los trenes de transporte, cuyas vías los llevan a destinos fijos. Cada salón es parte de una cadena de producción por la que tienen que pasar los estudiantes para cumplir con los requisitos de graduación. Cada nuevo ciclo los alumnos se agrupan en secciones (de 25 a 30) para tomar los cursos del término académico pre-programado. Los cursos se componen de clases magistrales, laboratorios, proyectos, tareas y pruebas estandarizadas que son utilizadas para medir el aprovechamiento académico de los discentes. Todas esas actividades generan calificaciones parciales (por cientos) que se contabilizan para calcular una calificación final. De este modo, los estudiantes van acumulando un promedio general a medida que avanzan de un cilo a otro.
Así es que la administración va trabajando el expediente académico de cada individuo. La información numérica que genera una oficina o unidad se mueve hacia la otra unidad para que alguien se encargue de entrar los datos al otro sistema. Cinceramente, este es un proceso administrativo obsoleto que ralentiza la anaítica de datos para emprender proyectos educativos innovadores. En algunas instancias existen oficinas interconectadas que comparten las pantallas del software con información sensitiva de los estudiantes para la toma de decisiones centralizadas.
No obstante, nos encontramos con educadores, pensadores y teóricos contemporáneos que creen en otra educación. Una educación abierta, ubicua, inclusiva e hiperconectada que rebasa toda limitación geográfica, temporal, física y socio-cultural. Los nuevos proponentes que entran al escenario educativo presentan diferentes propuestas de lo que debería ser la Educación del Milenio. Cada uno plantea sus propias ideas, procesos, modelos y protoparadigmas convergentes y divergentes. Todas esas ideas se basan en los datos que se obtienen en las experiencias de su entorno. Y esto lo que genera es un 'caos pedagógico' porque los proponentes de la nueva educación no coinciden en cómo hacer la pedagogía del milenio. Pero a la misma vez ese caos es la punta de lanza que genera la nuevas perspectivas del aprendizaje en la era digital.
En lo que sí todos están de acuerdo es en que la misión de la Universidad ya no debería ser la de formar obreros profesionales con destrezas para operar las cadenas de producción disponibles. La misión de la Universidad debe ser la de formar y desarrollar ciudadanos íntegros con capacidades de pensamiento crítico, valores éticos, principios democráticos, sentido de derecho y justicia social, comprometidos con la igualdad moral y legal de todos los seres humanos, con la equidad social y con la búsqueda de la verdad como categoría histórica fundamentada en el método, la razón y la evidencia (Emilio Pantoja García).
La universidad que conocemos se ha quedado rezagada entre la segunda y tercera revolución industrial. Esta no debería seguir operando con números y categorías específicas como los únicos indicadores de la 'excelencia académica'. Muchos coincidimos en que las pruebas estandarizadas son importantes para medir la retención memorística de cada estudiante. Pero esto no significa que deba ser la única estrategia para evaluar las capacidades de la inteligencia. Ese tipo de aprendizaje ha demostrado ser inefectivo porque los estudiantes no tienen la oportunidad de relacionar todo el aprendizaje abstracto de los textos con la realidad de sus entornos. Este formato pedagógico está conceptualizado por la comunidad educativa global como uno irrelevante para el desarrollo cognitivo de las nuevas generaciones. Lo que mueve al mundo hoy día son los datos y las acciones que se toman para mejorar la calidad del sistema. El petróleo ha dejado de ser la matria prima que mueve la maquinaria indistrializada. Es por eso que la universidad debe comenzar a trabajar con los datos para emprender proyectos de vanguardia.
La realidad educativa que experimentamos hoy día se basa en darle el mayor peso a los resultados de las pruebas diagnósticas que a las habilidades, destrezas, competencias y talentos personales de los aprendices. Si un alumno obtuvo un 70% en una prueba, no se le ayuda a superar las limitaciones del restante 30% que obtuvo mal. Simplemente se anota en el registro de calificaciones y se pasa a la siguientes unidades de estudio hasta finalizar el curso. Por tanto, el alumno nunca llevará a cabo una práxis crítica y reflexiva de su propio aprendizaje. Otorgar títulos académicos certificados por los números de los expedientes académicos (transcripciones de crédito) no le garantiza a nadie un exitoso futuro profesional. Ni tampoco le certifica al reclutador o entrevistador que el candidato posee todas las credenciales necesarias para ocupar la posición vacante.
Más que un promedio general, los patronos están más pendientes de saber qué hicieron los profesionales para culminar con éxito sus estudios universitarios. Es por eso que muchos educadores proponemos trascender de los Números a la Acción. El aprendizaje del siglo 21 necesita que los universitarios formen parte de las soluciones reales y no de las situaciones hipotéticas de los libros de texto. Ellos necesitan estar inmersos en los fenómenos emergentes para entenderlos mejor y buscar las formas más efectivas de incorporar las soluciones teóricas a las variables de estudio.
El aprendizaje y conocimiento NO son el resultado de la enseñanza del educador en su discurso magistral, sino que surjen mediante el accionamiento de los datos e información en contextos de la vida real.
Accionar el conocimiento supone nuevas formas de diseñar experiencias de aprendizaje en diversidad de ecologías formales, no-formales e informales. Los estudiantes se convertirán en investigadores, exploradores, creadores, productores, divulgadores, presentadores, comunicadores y referentes. Se prepararán para ejecutar una diversidad de roles transferibles. Se convertirán en aprendices activos que participarán en charlas, conferencias, congresos y cumbres. Dejarán de ser entes pasivos que contemplarán los discursos de sus educadores, para convertirse en autores, solucionadores de conflictos complejos, confeccionadores de productos de consumo colectivo, creadores de nuevas patentes, arquitectos de futuro, microempresarios y líderes emprendedores.
Para lograr esto, los educadores tendrán que salir de sus Zonas de Comfort para adentrarse en las nuevas zonas caóticas en las que tendrán que aprender a enseñar todo aquello que no saben. Deberán permitir que los estudiantes integren las herramientas tecnológicas de su tiempo para construir nuevas conexiones de redes sinápticas, sociales y artificiales. Que sus dispositivos móviles sean utilizados como sensores, sistemas automatizados y generadores de datos con los cuales se acciona el conocimiento para la toma de decisiones. Los grandes éxitos de la vida consisten más en las decisiones que se toman, no en las circunstancias que benefician o afectan el contexto.
El aula del siglo 21 tiene que convertirse en un laboratorio social que se conecta con diviersidad de dispositivos, personas que participan en proyectos reales y organismos glocales. Actividades que generan datos en grandes cantidades y que necesitan ser analizados por las personas de interés (investigadores, empresarios, políticos, emprendedores, líderes y profesionales). En una clase convencional los aprendices sólo pueden conocer lo que ocurre en el mundo exterior, pero lo que realmente necesitan aprender es a construir conexiones cognitivas, sociales y profesionales. La pedagogía del siglo 21 tiene que expandir lo que se hace en el aula física a otros ambientes y no ambientes de aprendizaje. De ahí es que surgen los nuevos enfoques de Aprendizaje Situado, Aprendizaje Basado en Problemas, Aprendizaje Basado en Proyectos, Aprendizaje Contextual, Aprendizaje experiencial, Aprendizaje virtual y Aprendizaje invisible.
La administración universitaria debería comenzar a trabajar menos con las pruebas estandarizadas y a promover más la participación ciudadana, vinculación comunitaria, y el voluntariado, como parte de su práctica profesional. Los estudiantes necesitan ser más que expedientes académicos o curriculum vitaes. Ellos necesitan saber cómo insertarse en la diversidad social de la era para formar parte de los proyectos cambiantes de corta duración. De los que se trata es de frecer productos o servicios que no puedan ser elaborados por las máquinas o robots inteligentes. Los números que indican cúan buenos fueron en la academia, cuán productivos fueron en una línea de ensamblaje o las clasificaciones de obediecia demostradas en el sistema burocrático, son irrelevantes en este momento histórico. Lo que importa ahora es cuánto valor le añaden a su nivel de empleabilidad. Cuántas habilidades, destrezas y competencias necesitan dominar para formar parte de una fuerza laboral disruptiva.
La universidad no puede seguir operando con datos numéricos rígidos en un ecosistema digital que funciona bajo la complejidad de algoritmos accionados por los cerebros artificiales. Ya es tiempo de comenzar a trabajar con procesos tecnológicos semánticos que interconectan unos servicios con otros. La universidad del milenio debe convertirse en ágil, escalable y autosustentable. Debe flexibilizar los procesos para la creación de nuevos programas académicos. Tiene que facilitar los procedimientos para la admisión y matrícula de sus cursos. Necesita interconectar las oficinas para agilizar los servicios a los estudiantes y profesores. Y sobre todo, transformar las prácticas metodológicas de sus docentes.
Los estudiantes del milenio ya no andarán tras los números de su promedio general, sino de las capacidades necesarias para transformar las ineficiencias del sistema industrial que heredaron de sus mayores. Los líderes del futuro ya no serán aquellos que obtuvieron las mejores calificaciones ni las mejores puntuaciones en las pruebas de reválida. Estamos hablando de profesionales con nuevos liderajes que vienen equipados con narrativas disruptivas para hacerle frente a los grandes desafíos del milenio... Y los mejores ejemplos los podemos encontrar en Amazon, Uber, Airbnb, Alibaba, Udacity, AltSchool y Singularity University.
Por tanto, los profesionales que aprendan en ambientes de trabajo y trabajen en ambientes de aprendizaje, serán quienes se encargarán de la nueva educación del milenio. Los educadores tradicionalistas que transmiten contenidos en las aulas físicas tienen sus días contados en los nuevos escenarios pedagógicos. No serán reemplazados por la tecnología, sino por aquellos profesionales que saben utilizar la tecnología para expandir sus esfuerzos humanos a favor del aprendizaje cognitivo de orden superior...
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